sábado, 27 de agosto de 2011

El límite de la resistencia en la Batalla de la Angostura VII


Cerca de las ocho de la mañana, Santa Anna organizó un ata-
que sobre el centro de Taylor, es decir, el camino a Saltillo, con las
divisiones de Infantería, de Pacheco y de Lombardini, formando
dos columnas que avanzaban con el arma en brazo. Las primeras
filas fueron destrozadas por la artillería americana.

Un participante en la Batalla de La Angostura narra con patético
realismo el combate referente a la mañana del día 23:

Los proyectiles silbantes abrían, con violencia de huracán, amplias
brechas en las apretadas filas, que luego eran colmadas con nuevas
víctimas; la metralla con su aterrador ruido de oleaje, volaba sobre
la llanura dejando una estela azul y, después de segar a muchos,
estallaba en fragmentos, llevándose, indistintamente, cabezas y
brazos desenraizados y rotos; la carne arrancada al cuerpo de
un soldado, hecha un millón de trizas, azotaba el rostro de un
camarada que se estremecía como si hubiera sido golpeado por
la bala misma. Sesos, sangre y astillas de hueso saltaban sobre la
línea de fuego como las gotas de agua levantadas de la corriente
por la caída de un árbol. Aquí las fuerzas contrarias permanecían
a distancia de poder hablar y, despiadadamente, hacían llover un
fuego nutrido sobre los respectivos pechos; como la columna
retrocedía y avanzaba, alternativamente, la victoria se decidiría
por el ataque de la bayoneta. En ocasiones los hombres arrojaban
sus fusiles, empuñaban los cabellos o la garganta del enemigo y le
hundían sus largos puñales y, tal vez, cuando la humeante lámina
se disponía para descargar un segundo golpe, el fuerte brazo tinto
en sangre se abatía sin vida. Un hombre se levantaba, librándose
del estrecho abrazo de la lucha a muerte, y apenas se había ende-
rezado cuando el sable le atravesaba el cráneo y se hundía hasta
romperle el rostro. En la retaguardia y en los flancos, tupidos
escuadrones de caballería en aterrador galope se aproximaban o
retrocedían, ansiosos de encontrar un punto propio para el asalto
y para poder matar, pisoteándolos, a los de la línea desorganizada,
¡Oh!: era una visión cruel y desconsoladora la de la vehemente y
densa masa de hombres; en un túmulo de sangre y de matanza,
parecían demonios.
Al observar lo infructuoso del ataque frontal por el camino, el
general mexicano ordenó suspender la marcha y modificó su plan
de ataque apoyando el flanco derecho. Envió a la división de Pacheco
a reforzar esa ala. Al integrarse en su derecha, el ejército mexicano
logró arrojar a los norteamericanos de su segunda línea.

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