sábado, 27 de agosto de 2011

El límite de la resistencia en la Batalla de la Angostura XII


Balbontín decía en sus Memorias que el alimento de “nuestros
soldados consiste en un rancho que no siempre es bueno ni abun-
dante, que se hace descontando a cada individuo un real diario. Pero
en campaña (...) se suministra a cada soldado un pedazo de carne
cruda, unas cuantas tortillas o un puñado de maíz”.

El regreso de La Angostura a San Luis fue doloroso. José María
Roa Bárcena dice que los sobrevivientes de la batalla envidiaban a los
que en ella sucumbieron, por las penalidades que el retorno les cau-
saba. Al salir de Agua Nueva se envió en la delantera a los mutilados,
en camillas formadas con horcones y fusiles; muchos heridos iban
en carretas tiradas de bueyes, y algunos jefes y oficiales, en hombros
de sus asistentes. Las jornadas se hicieron en Encarnación, El Salado
–donde acabó de desarrollarse la disentería en los soldados–, en Las
Ánimas, Cedral y Matehuala, donde fue hecho prisionero el general
José Vicente Miñón, quien con sus 1 mil 200 hombres de caballería
se había mantenido inactivo en la batalla.

Un capitán estadounidense que fue a la hacienda de la Encar-
nación como explorador del retiro de las tropas mexicanas, externó
que en dicho lugar:
...se encontraban 300 hombres amontonados en un vil lugar;
222 eran heridos de Buenavista y habían sido transportados a
este lejano sitio. Entre ellos se encontraban cinco oficiales. Como
habían recibido muy poca atención quirúrgica, el agotamiento,
la fatiga, el dolor y la pérdida de sangre motivaron que casi todas
las heridas hubieran gangrenado o estuvieran muy inflamadas.
Muchos soportaban los más crueles tormentos, otros deliraban por
el exceso de martirio; en tanto que aquellos cuyas heridas estaban
ya mortificadas guardaban perfecta compostura y, sin embargo
eran más dignos de piedad pues su quietud completa no era sino
indicación segura de su rápida disolución. En resumen, la hacienda
toda, a simple vista, era un cuadro de la muerte, que abarcaban
todos los grados: desde el hombre vigoroso que mostraba su
fortaleza frente al destino rápido y seguro que lo esperaba, hasta
el pobre mortal que luchaba en la postrer agonía de su existencia.
Y los heridos se entreveraban a los cuerpos, calientes todavía, de
quienes emprendieron el largo viaje.

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