sábado, 27 de agosto de 2011

El límite de la resistencia en la Batalla de la Angostura XI


El 24 de febrero, se escuchaban los gemidos de los heridos mexi-
canos abandonados en el camino, mientras que, entre las barrancas,
aullaban los coyotes “que se daban banquetes de carne humana”.

Un testigo ocular durante la Batalla de La Angostura, explicaba
en una carta que al día siguiente volvieron al terreno donde habían
hecho la primera carga y vieron los cuerpos mutilados de muchos
camaradas caídos:

Después de la batalla recorrí todo el campamento. Encontré gru-
pos que sepultaban a los muertos; pero aún había centenares de
cuerpos rígidos y helados sin más abrigo que los escasos restos de
ropa que los despojadores de difuntos consideraron despreciables.
Vi en los rostros de los cadáveres casi todas las expresiones y todos
los sentimientos. Algunos parecían haber muerto defendiendo su
vida, valientemente, hasta lo último. Otros, se dijera que murie-
ron execrando a sus enemigos y maldiciéndolos, hasta exhalar el
postrer aliento; varios tenían la expresión y el sentimiento, los más
plácidos, de resignación; mientras otros, evidentemente, emplearon
sus palabras finales para suplicar misericordia. Aquí yacían la
juventud y la madurez, reposando, tranquilas, con una muerte
extemporánea. Entre los centenares de muertos, me conmovió
la apariencia de un mozo mexicano; calculo que no pasaba de
quince años. Una bala le atravesó el pecho; debió ocasionarle una
muerte casi instantánea. Estaba boca arriba, la cara ligeramente
inclinada hacia un lado y aunque yerta, todavía brillaba con una
sonrisa como iluminada por el sol, la que decía, elocuentemente a
los espectadores, que el muchacho había muerto con la cara vuelta
a los enemigos del país.
Santa Anna no volvería a combatir: el 25 de febrero celebró
en Agua Nueva una junta de guerra donde los jefes estuvieron
de acuerdo con su retirada definitiva, según lo hicieron saber por
escrito. Es lógico pensar que sería suicida intentar un nuevo en-
frentamiento con las tropas diezmadas y la moral baja después de
la retirada. Lo que quedaba de sus tropas sufrió incontables bajas
no sólo por el agotamiento sino también por la disentería que
hizo presa de los soldados por la mala calidad de la carne, el agua
salobre y el piloncillo.

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