lunes, 31 de octubre de 2011

Mónico Parte 1

De una truculenta y verídica historia de hechicería, conocieron con
todos sus detalles, los habitantes de Saltillo, al correr los años de
1919 a 1921. De los agentes del hotel que más popularidad han
tenido en Saltillo, sin duda alguna ha sido Mónico Martínez, que
por más de treinta años prestó sus servicios en los hoteles de “La
Plaza” y “Coahuila”.
De carácter franco, comunicativo y afable, dicharachero y guasón,
Mónico era conocido en toda la ciudad, máxime por la circunstancia,
muy especial, de haber sido hermano de Crescencio Martínez
“El Cácaro”, puntillero de toros de fama internacional, conocido de
nombre y apodo en la mayor parte de los cosos taurinos de España,
donde su mote era festinado en distintas ocasiones, cuando se presentaba
la suerte final para despachar un toro a los mulilleros.
Mónico gustaba de conversar diariamente sobre temas de la
actualidad; ya fueran estos políticos, la actuación de alguna buena
compañía de drama o comedia en los teatros “Morelos” y “García
Carrillo”; ya sobre el pomposo casamiento de Zutano o de Mengano
o de los funerales de algún ricachón que había abandonado
este valle de lágrimas.
Se distinguía de los demás compañeros de su oficio, por indumentaria
siempre limpia y bien planchada; usaba invariablemente
el clásico vestido marino de paño o buen casimir, uniforme semejante
al reglamentario de la tripulación de los trenes de pasajeros,
con botonadura dorada en el cierre y puños de las mangas doblilladas;
cachucha de corta visera, confeccionada del mismo género
del vestido, con dos cintas de galón dorado y zapatos de charol
siempre muy bien boleados y lustrosos.
Por costumbre, y de esto no se conoce la causa, siempre gustaba
de ataviarse con amuletos representando diferentes figuras de
Mónico
Froylán Mier Narro
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marcada superstición y números cabalísticos; pues en su leontina,
de fino oro amarillo, llevaba una calaverita de hueso con ojos de
color rojo, simulados con alguna imitación de granate o rubí, un
número 13 como prendedor en el nudo de la corbata, según costumbre
de la época, y en la solapa del chaquetín o en la carterita
de la bolsa de pecho, exterior, se colgaba un trébol de cuatro hojas,
un clavel, una gardenia o una rosa.
A la simple vista parecía que su vida se deslizaba tranquila y
feliz; pero su aspecto, por demás interesante, demostraba que nada
opacaba su existencia en este mundo. Sin embargo, ya tratándolo
a fondo y hablando con él sobre temas distintos a la normalidad de
las costumbres sociales, se descubría que en su interior poseía un
sistema nervioso alterable, cuando las conversaciones llegaban a la
broma y sobre asuntos de brujería, hechicería o aparecidos. Él aseguraba
saber de muchos sucedidos en la ciudad, en que los espíritus
malignos intervenían, y se jactaba de ser uno de los que no temían a
los aparecidos; pero era un creyente en hechizos, brebajes y maleficios
de brujería, pues él, Mónico, en distintas ocasiones decía haber sido
víctima de “las brujas”, a las que profesaba un horror manifiesto.
Contaba que una vez una mujer se apoderó de uno de sus retratos,
y que lo vio después en una sospechosa casa de barrio no
muy santa, colocado en un nicho de encajes entrelazados, cubierto
completamente de alfileres clavados en la cabeza y en la región
izquierda del pecho, de donde pendía también una chuparrosa
disecada. Refería además que llegó a ver volar por las tapias de su
casa a las brujas montadas en una escoba, y que las lechuzas nunca
abandonaban por las noches los árboles del patio donde él vivía.
Estos hechos los narraba con mucha naturalidad, a tal grado
que quien los escuchaba se sentía poseído por el maleficio del que
creía ser víctima Mónico.
Muchas gentes de Saltillo, creyentes o no, al saborear los diferentes
aspectos de la hechicería de Mónico, compadecían su estado de nerviosidad
tan palpable, y hasta llegaban a pensar que su actitud traspasaba
los límites normales y lo creían un loco por momentos.
Sólo él sabía lo que pasaba en su interior, pues los médicos que lo
habían atendido aseguraban que mal ninguno, de carácter orgánico
padecía Mónico; y sus amigos que conocían su carácter lo veían como
un vacilador y conceptuaban sus pláticas como mera guasa.

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