En la hacienda de la Encarnación se concentraron las fuerzas
mexicanas, y al pasar revista se encontró que se contaba con 14
mil hombres de todas las armas (infantería, caballería, artillería).
La travesía por el desierto había cobrado un significativo número
de bajas –entre muertos, cansados, enfermos y desertores– antes de
enfrentar al enemigo: cerca de 2 mil. En Encarnación, la caballería
del general José Vicente Miñón se separó del contingente para
llegar a Saltillo por el camino de San Isidro de las Palomas (hoy
Arteaga) y, ubicándose en Buenavista, quedaría supuestamente
en la retaguardia norteamericana, cortando las comunicaciones
con Saltillo.
Los mexicanos suponían que la batalla tendría lugar en la ha-
cienda de Agua Nueva, a unos 30 kilómetros al sur del Saltillo. Y
Taylor, de hecho, había considerado inicialmente presentar batalla
en ese lugar.
Pero con la información proporcionada por el Mayor McCulloch,
espía estadounidense que observó la cantidad de soldados
mexicanos que salían de Encarnación y que pensaba sumaban
cerca de 2 mil efectivos, el general estadounidense calculó que sus
tropas podían ser envueltas por los mexicanos en Agua Nueva, pues
éstos casi triplicaban en número a sus efectivos. Decidió entonces
replegarse más al norte, a un paso angosto del camino cerca de
Buena Vista. El mismo 21 de febrero ordenó incendiar la hacienda
de Agua Nueva y matar a los animales para evitar cualquier
abastecimiento del ejército que se aproximaba. Los voluntarios de
Arkansas quedaron a cargo de ello y en su regreso dejaron carros
tirados en el camino.
A las 6 de la mañana del 22 de febrero, Santa Anna salió de
Carneros y avanzó hasta Agua Nueva. Ahí observó los daños
que el enemigo había hecho en la hacienda. Por la prisa con la que
se habían ejecutado dichos trabajos, supuso que los americanos
huían en desbandada. Engañado por las apariencias, pensó en que
podría darles alcance en la supuesta escapatoria y se adelantó con
cuatro batallones ligeros y un regimiento de entre 1 mil 500 y 2
mil 500 dragones a paso veloz y galope, sin detenerse ni siquiera
para beber agua.
Un kilómetro antes del paso angosto del camino, en la zona
llamada La Colorada –donde actualmente existen los restos de una
antigua huerta– el general mexicano comprendió que su acelerada
decisión había sido un error: los invasores estaban pertrechados a lo
largo de las lomas y cortaban el camino con piezas de artillería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario