Partiendo de la calle Real, ahora Hidalgo y terminando en la empinada
calle del Cerrito, hoy Bravo, como un desafío a la estética
y la geometría, está el Callejón del Truco formando manzana con
el de la capilla del Santo Cristo, manzana que fue propiedad y
morada de uno de los primeros pobladores de la Villa de Santiago
del Saltillo, don Santos Rojo.
Este callejón, albergue actualmente de cuitas y amoríos, por su
recogimiento y falta de alumbrado, tiene también su historia.
No encierra ésta precisamente un hecho extraordinario como
muchas otras calles de la ciudad, pero nos hemos acordado de él
porque casi todos los habitantes de Saltillo desconocen el origen
del nombre que aún lleva en la actualidad.
Hace poco más de cien años, un individuo de origen francés,
y de oficio pastelero, se estacionaba en la esquina norte de la calle
de Hidalgo y la Plaza, para vender su mercancía. A la hora de las
ánimas exactamente llegaba con sus menesteres de su puesto: una
mesita de madera rústicamente terminada, para colocarlo; una
canasta de palma tapeteada, llena de pasteles de varias clases, pero
todos para ser horneados por el mismo procedimiento y servirlos
calientes; un arpillera con carbón vegetal; una tinaja de barro que
servía de horno ambulante y que se colocaba sobre el brasero, y
un velón de hojalata, sobre un pie de lo mismo, con su depósito
de sebo y su mecha de borra de algodón.
Muy buenas ventas hacía el pastelero, y llegó a hacerse tan
popular su mercancía, que hasta de los lugares más apartados de
la ciudad, venían a comprar los exquisitos pasteles que vendía a
cinco por un real.
Ya estaba muy acreditado el “punto” del hábil pastelero, cuando
el alcalde ordenó que se quitara de allí y se pusiera en otra parte,
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porque daba mal aspecto con su cocina ambulante a la principal
plaza de la ciudad.
El pastelero se fue con sus menesteres, pero no a un lugar muy
distante, pues se instaló en la esquina de la misma calle Real y el
callejón que hoy se llama “del Truco”.
Este nombre nació del pregón del pastelero:
“Pasen marchantes, pasen; aquí hay ricos pasteles y trucos a
cinco por un real”.
Los “trucos” consistían en una especie de tubos de harina con
alguna preparación especial, que al ponerse al fuego, se rellenaban
por sí solos de una mezcla de pasta melosa con sabor natural a
frutas que era muy degustada y apetecida.
Alguien le preguntó al pastelero que por qué los llamaba “trucos”.
-¿Le parece a usted poco el truco? –le contestó– de que meta
un pedazo de harina dentro de la tinaja y resulte lo que usted está
saboreando?”.
Desde entonces se conoce aquel callejón con el nombre del “Truco”.
Pero lo curioso del caso es que, según se cuenta, sin que yo pueda
afirmarlo, el pastelero de los trucos emigró tiempo después de Saltillo,
se estableció en la ciudad de México con el mismo negocio y
fue uno de los ciudadanos franceses cuyas pérdidas, multiplicadas
hasta lo inverosímil, originaron la invasión francesa de 1838, que
se llamó “La guerra de los pasteles”.
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